El curso de Maestría de Reiki en Japón

Entrada a un santuario sintoísta en japón
26 de septiembre de 2024

Fue en el año 2015 cuando decidí que quería ofrecer la maestría de Reiki para mis alumnos en Japón. Cuando visité Japón por primera vez, en verano de 2015, no podía imaginar que a partir de entonces volvería casi cada año, algunos años dos veces. Me enamoré de Japón de una manera muy especial. Única. Su cultura inexpresable, su espiritualidad profunda y compleja, sus costumbres singulares, su aura especial.

En Japón me di cuenta del porqué de las diferencias entre el Reiki como se enseña en occidente y el Reiki como se enseña en Japón. En occidente, muy enfocados a obtener resultados en todo y rápidos, el Reiki creció para convertirse en una terapia energética efectiva para ofrecer un bienestar general a todo aquel que se atreviera a probar. Fácil, directa, cercana, la terapia de Reiki se expandió rápidamente y asimiló ideas, creencias y características de otras disciplinas y culturas. En Japón, en cambio, tan solo tienes que pasar un día en el monte sagrado de Kurama, la cuna del Reiki Usui, situada a unos 35 minutos en tren de Kioto, para saber que el Reiki es mucho más que una terapia energética. Indescifrable, profundo, sagrado, el Reiki en Japón es bastante desconocido como terapia energética curativa, pero cuando los japoneses comprenden que el Reiki que tanto preguntamos los turistas occidentales no es más que la energía pura de sus dioses, los Kamis, entonces todo empieza a cobrar sentido y empieza la magia de verdad.

Decidí organizar un curso de maestría de Reiki en Japón porque creí que sería la mejor forma de «explicar» el Reiki en sí, sin la necesidad de perderme en palabras y más palabras. Sabía que aspirantes a maestros de Reiki y maestros de Reiki ya formados estarían interesados. Porque para los que practicamos Reiki y lo amamos, cuando escuchamos la palabra Japón, en realidad escuchamos «hogar». Y todos queremos, tarde o temprano, regresar al hogar.

Los primeros años organicé el curso de maestría de Reiki, de 12 días de duración, entre Kioto, Kurama y Tokio. Kioto porque es el lugar donde Usui Sensei vivió gran parte de su vida, donde pasó tres años en uno de sus cientos de templos zen, y el lugar donde residía cuando recibió la experiencia mística de iluminación. Kurama por ser la cuna del Reiki, el lugar donde Usui Sensei alcanzó la claridad y comprensión junto a la habilidad de sanar, y por ser uno de esos lugares donde sentir la energía divina de los dioses es sencillo para todos, sensibles y no sensibles. Tokio, la gran capital de Japón, porque es donde Usui Sensei desarrolló el Shin Shin Kaizen Usui Reiki Ryoho: la escuela de Reiki que todos conocemos como Reiki. En Tokio se fundó la escuela, estuvo la primera sede y es donde está enterrado nuestro querido y venerado Usui Sensei.

Desde el principio, mi objetivo fue que los alumnos tuvieran una inmersión espiritual y cultural en el Japón más cercano a Usui Sensei, el Japón de la Era Meiji, del fin de los Samurái y del renacimiento de sintoísmo, la religión autóctona de Japón. Obviamente, el tiempo lo modifica todo, y el Japón que muchos soñamos, posiblemente ya no existe; de la misma manera que el París glamuroso, elegante y majestuoso del que todos nos enamoramos en las novelas y películas, no es el que encontramos en nuestros viajes de fin de semana a París. No obstante, gracias a giros favorables del destino, conocí a Renata. Licenciada en cultura japonesa, con un máster en política de Asia, con un japonés fluido y viviendo en Japón, Renata es mi cómplice en los cursos de maestría de Reiki en Japón.

Cuando hablé con ella la primera vez, estaba viviendo en Tonô, Iwate, al norte de Honshū, la isla más grande de Japón, que alberga ciudades como Tokio, Kioto y Osaka. Allí desempeñaba su labor: fundó el programa Hasekura, que ayuda y gestiona el intercambio de buenas prácticas para innovadores sociales y empresas sostenibles; era miembro y fundadora de la plataforma de empoderamiento ciudadano japonés To Know, y coordinadora de proyectos de la NPO Tono Natural Life Network, que promueve el turismo responsable y rural en Japón. ¿Por qué en Tonô? Una pequeña ciudad de poco más de 25.000 habitantes esparcidos por un amplio valle rodeado de montañas sagradas. Porque Tonô se considera la cuna del folclore japonés. «Lo mejor sería que vinieras y conocieras este lugar personalmente» fue su propuesta. Horas más tarde, sacaba un billete de avión con destino Japón, un billete de shinkansen (tren de alta velocidad japonés) y un billete para un tren regional. ¿Mi destino? Tonô, Japón.

En dos meses estaba en Tonô. Era invierno. La nieve que lo cubría todo me regaló un paisaje de una belleza difícil de olvidar. No obstante, la magia comenzó incluso antes de llegar a Tonô. Al bajar del shinkansen para tomar el tren regional, me encontré en una diminuta estación que parecía sacada de un cuento manga japonés. Una única vía. Nadie a mi alrededor. Nieve. A los diez minutos llegó el tren, que también parecía sacado de un cuento infantil. Japón tiene la capacidad de llevarte al futuro con sus grandes ciudades y trenes supersónicos, y en un chasquido de dedos transportarte a un pasado remoto, casi de fantasía. Subí al tren. Pequeño. Agradable. Lento. Pulcro. Era el único pasajero no japonés, obviamente. A los diez minutos, y mientras miraba embelesado por la ventana, se me acercó una pareja de ancianos con una amplia sonrisa. «Renata», dijo el anciano sin parar de sonreír. «¡Sí!» contesté, comprendiendo que nuestra conversación iba a ser en clave. «Renata, Renata», repitió mirando a su esposa, que también sonreía. No sé realmente cómo, comprendí que con sus caras amables y sonrientes me preguntaban, en japonés, ¿de dónde venía? «Barcelona», dije sonriendo. Con sus gestos comprendí, o quise comprender, que decían algo como «muy bonita» para después regresar a «Renata, Renata», añadiendo algo más que entendí como «es amiga nuestra». Nos pasamos 20 minutos conversando en idiomas que no entendíamos; no obstante, recuerdo la conversación como una de las más agradables que he tenido en mis viajes. El viaje en ese tren regional fue exquisito.

La llegada a Tonô en tren es preciosa. Tonô parece una ciudad encantada, donde el tiempo decide pausar su acostumbrada prisa para que degustes cada instante y cada rincón de ese lugar único. En la estación me recibió Renata. Después de saludos y abrazos conmigo y con la pareja que hizo mi viaje tan agradable, me explicó quiénes eran esa pareja. Al parecer, el señor había sido un miembro, ya jubilado, del Ayuntamiento de Tonô y le tenía en mucho aprecio. Me daban la bienvenida y esperaban que la ciudad me gustara mucho y que no me molestaran mucho los kappas. Por aquel momento, aún no tenía muy claro qué eran esos famosos kappa. Pregunté. Me explicaron pacientemente.

Los kappa son criaturas del folclore japonés, conocidas por ser traviesas y a veces algo maliciosas. Son seres mitológicos que suelen habitar en ríos, lagos y estanques. Tienen la apariencia de pequeños humanoides con características que recuerdan a una tortuga: piel verde, patas palmeadas y un caparazón en la espalda. Una de sus características más distintivas es una cavidad llena de agua en la parte superior de su cabeza. Según las leyendas, esta cavidad debe mantenerse llena para que el kappa mantenga su fuerza y energía. Al parecer, los kappa son conocidos por comportamientos que van desde bromas inofensivas hasta acciones más peligrosas. No obstante, a pesar de su naturaleza traviesa, también tienen un lado honorable. Al fin y al cabo, son seres mágicos que viven con nosotros. En Tonô, además, se encuentran otros seres místicos del folclore local como los Zashiki-warashi, espíritus infantiles que traen buena suerte a los hogares; los Oni, poderosos ogros que suelen proteger lugares sagrados; los Tengu, criaturas mitad humano mitad pájaro que son guardianes de las montañas; los Yama-no-kami, dioses de las montañas que controlan la naturaleza y protegen a los cazadores; o los Rokurokubi, seres cuyo cuello se alarga durante la noche permitiendo que su cabeza se desplace a grandes distancias… Acababa de llegar a un mundo de fantasía.

Durante mis días en Tonô visitamos templos budistas zen, santuarios sintoístas, montañas sagradas, artesanos, el museo de la ciudad y varias joyas históricas del lugar; conocí a muchos ciudadanos locales, comí con ellos, compartí con ellos, me reí con ellos. Bailé con ellos. También visitamos un hotel en la misma ciudad para la posible estancia de los alumnos del curso de maestría de Reiki, y un hotel tradicional entre las montañas y los campos de arroz. Me enamoré de todo. De todos. Las clases de maestría de Reiki las haríamos en los templos y santuarios. Los abades nos abrieron las puertas con profunda gratitud. Después de las clases comeríamos en diferentes lugares: en casa de algún artesano o amigo de Renata, en una de las muchas montañas sagradas del lugar y en restaurantes que todos recordarían. Las tardes las dedicaríamos a descubrir su cultura, folclore y espiritualidad únicas.

Toda la ciudad se consagró para que cuando volviera con los alumnos para el curso de maestría de Reiki en Japón, estos descubrieran realmente la cultura, espiritualidad y magia de un Japón que muchos japoneses que viven en las grandes ciudades y nacieron demasiado tarde, aún desconocen. La calidez y amabilidad de la gente de Tonô no tiene igual.

Celebramos el encuentro. Pusimos fecha para el año siguiente. Me despedí de todos con un «nos vemos pronto» y muchas, muchas reverencias, y tomé de nuevo el tren regional bajo una nevada que presagiaba buenos augurios. Regresé a Barcelona con la sensación de que había conocido algo más allá de lo que jamás podría haber imaginado. Un trocito del Japón que muchos deseamos visitar y conocer y que pocos pueden tocar. Regresé a casa con la idea de que el Reiki en Japón es algo más que un curso, es una experiencia de inmersión espiritual en un lugar lleno de magia y misterio.

Meses después regresé con los primeros alumnos de maestría de Reiki en Tonô. La experiencia que vivimos juntos merece un libro, no una entrada de blog. Quizás algún día me anime a escribirlo. ¿Quién sabe?

Jordi Ibern

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