La espiritualidad en Japón durante la Era Meiji

La espiritualidad en Japón durante la Era Meiji
9 de abril de 2024

En el corazón del siglo XIX, Japón seguía viviendo en relativo aislamiento bajo el dominio del shogunato Tokugawa. Sin embargo, el resto del mundo se movía a una velocidad vertiginosa, impulsado por la Revolución Industrial y la expansión imperialista de las potencias occidentales. En 1868, Japón, presionado por los Estados Unidos de América, decidió abrirse al mundo, aceptar el cambio y, al mismo tiempo, redescubrirse a sí mismo. Así comenzó la Era Meiji, también conocida como la Restauración Meiji, un periodo que no solo transformó a Japón en una potencia moderna, sino que también reavivó su alma espiritual y cultural.

La Restauración Meiji no fue simplemente una serie de reformas políticas y económicas, sino un renacimiento que tocó todos los aspectos de la vida japonesa. Con el emperador Meiji como figura central, Japón adoptó un enfoque proactivo hacia la modernización, enviando delegaciones al extranjero para aprender de Occidente y traer de vuelta conocimientos que pudieran aplicarse en casa. Las reformas en educación, industria, infraestructura y el ejército fueron rápidas y profundas, catapultando a Japón a una nueva era de prosperidad y poderío internacional. Pero, en medio de este torbellino de cambios, la nación no olvidó la importancia de mantener su identidad y sus valores más profundos.

El sintoísmo, la religión nativa de Japón, experimentó un resurgimiento bajo la tutela del Estado, que lo promovió como un elemento clave de la identidad nacional. La figura del Emperador está fuertemente ligada al sintoísmo, al ser considerado un descendiente directo de los dioses sintoístas. Los santuarios dedicados a los Kami (dioses o espíritus) no solo continuaron siendo lugares de culto, sino que se convirtieron en símbolos de la fortaleza y la continuidad del espíritu japonés en tiempos de cambio. La conexión entre el pueblo japonés y la naturaleza, un elemento central del sintoísmo, se mantuvo como un recordatorio constante de la necesidad de equilibrio entre la modernidad y la tradición.

Simultáneamente, el budismo, que había echado raíces profundas en Japón desde su llegada siglos antes, encontró nuevas formas de expresión durante la Era Meiji. Aunque el Estado favoreció el sintoísmo, el budismo continuó siendo una fuente vital de sabiduría espiritual y práctica meditativa. El Zen, en particular, resonó con aquellos que buscaban un refugio en medio de la agitación de la modernización. En los templos Zen, la práctica de zazen (meditación sentada) ofrecía un espacio para la introspección y la paz interior, una manera de detenerse, observar y aceptar la realidad en medio del caos externo.

Durante esta época, surgieron también figuras espirituales que dejaron una huella imborrable en la cultura japonesa. Usui Sensei, el fundador del Reiki, desarrolló su sistema de sanación que combinaba la espiritualidad tradicional con técnicas de energía. Otros líderes espirituales, como Deguchi Onisaburo, cofundador de la religión Ōmoto, y Nakayama Miki, fundadora de Tenrikyō, contribuyeron significativamente al renacimiento espiritual de la nación. Estos respetados maestros no solo ofrecieron caminos hacia la sanación y el bienestar, sino que también ayudaron a mantener viva la conexión con lo divino en un Japón en plena transformación.

La Era Meiji también fue un periodo de florecimiento cultural, donde el arte, la literatura y la filosofía reflejaban las tensiones y las posibilidades del Japón moderno. Escritores y poetas exploraron la complejidad de vivir en una época de transición, donde el pasado y el presente a menudo se encontraban en conflicto. En la pintura y la escultura, los artistas combinaban técnicas tradicionales con influencias occidentales, creando obras que eran tanto innovadoras como profundamente enraizadas en la cultura japonesa. Este diálogo entre lo antiguo y lo nuevo, lo espiritual y lo material, definió el carácter de la era y dejó un legado duradero en la cultura japonesa.

No obstante, la modernización no fue un camino exento de desafíos. La rápida industrialización trajo consigo cambios sociales drásticos, incluyendo el desplazamiento de comunidades rurales, la explotación laboral en las fábricas y una creciente desigualdad económica. Frente a estos desafíos, la espiritualidad japonesa ofreció un contrapeso, una manera de mantener la humanidad y la compasión en un mundo cada vez más mecanizado y competitivo. Los valores tradicionales, como el respeto por los ancianos, la importancia de la comunidad y la búsqueda de la armonía, continuaron siendo fundamentales en la vida diaria, proporcionando un ancla en tiempos de turbulencia.

Hoy, cuando miramos hacia la Era Meiji, vemos no solo una historia de éxito económico y militar, sino también una lección sobre la importancia de mantener nuestras raíces mientras navegamos hacia el futuro. La era nos recuerda que el verdadero desarrollo, ya sea de una nación o de un individuo, debe ser holístico, abarcando tanto lo externo como lo interno, lo tangible y lo intangible. Japón, a través de la Restauración Meiji, nos muestra cómo una sociedad puede evolucionar y prosperar, mientras sigue siendo fiel a sus principios más profundos.

En un mundo que a menudo valora la velocidad y la superficialidad, la historia de la Era Meiji nos invita a pausar, a observar con atención y a aceptar el viaje de la transformación con un corazón sereno y una mente clara. Al hacerlo, encontramos no solo progreso, sino también plenitud, significado y una conexión renovada con lo que realmente importa.

Jordi Ibern

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